martes, 20 de julio de 2010

Mont Blanc 2005: La vía de los Cuatro Montes o de los 4000s - II

viene de Mont Blanc 2005: La vía de los Cuatro Montes o de los 4000s - I



El Mont Blanc siempre lo había tenido en mente, pero era una meta que, de bonita, creo que no quería hacerla realidad. Además, las últimas noticias médicas sobre mi desahuciada rodilla apuntaban a tener que dejar la montaña. Así, todo quedaba lejos y ya costaba recordar el camino que me llevó al Mont Blanc. Apenas hacía dos años que me había escapado del quirófano “gracias” al susto que me metió aquel traumatólogo que, mirando desconcertado mi rodilla derecha, dijo en tono de solución: “Abrimos y … y a ver que hay”.
Gracias a él encontré un médico que me supo diagnosticar y dar un plan de rehabilitación que en 6 meses de ejercicios me llevó a un paseo por Ordesa, en 8 meses uno por la cima del Aneto, en 13 a la invernal por Gredos, y en 18 meses a Chamonix gracias a la ilusión y empuje de Miguel. Allí estaba para hacer algo que no esperaba que tocara hasta mucho después.

Sabíamos que eran unas fechas, digamos, no óptimas. Si bien los días ya eran largos, las tormentas se sucedían sin tregua, y las vías llegaban a cambiar dos veces por semana. Aquel final de primavera estaba siendo complicado.
Habíamos llegado a Chamonix en un caluroso y soleado domingo, con el tiempo justo para tomar el hotel, mirar la meteo en la Casa de la Montaña y cenar muy nerviosos algo de pasta (“gasolina para los músculos” decía Javi). Los paseos o terrazas cerveciles siempre terminaban escrutando el entramado de grietas del glaciar de Bossons, o de mirar con ansiedad la cima del Mont Blanc. Con recelo mirábamos las riadas de turistas (nosotros éramos tres de ellos pero uno no lo sabe hasta pasado un tiempo prudencial) que bien con ilusión, bien con orgullo, se hacían una foto con los primeros hoyadores de la cima. La cervecería de la plaza, junto a la estatua, era ese típico centro de reunión en el que camareros y parroquianos, todos con brazos de Popeye y con distintas procedencias y acentos, te preguntaban por la vía pensabas subir o te contaban cuáles eran sus planes.



La mañana se despertó con un sol radiante que nos animó a salir con acelerada ilusión para tomar el funicular que nos subiría al Aiguille de Midi, desde donde accederíamos al Mere Blanche. Resoplábamos por las calles del pueblo sorteando nativos para los que éramos absolutamente invisibles a pesar de nuestras coloridas y bien combinadas vestimentas, nuestros tintineantes mosquetones y nuestras mochilas que bien envidiase cualquier buhonero para su jamelgo. En un respiro vimos una nube lenticular sobre el Mont Blanc, que quizás presagiaba “algo”, pero que nosotros tras comentarla decidimos seguir pa’lante. Los planes eran subir a reconocer la primera de las etapas, el Mont Blanc de Tacul y, de paso, aclimatar un poquito. Así, al día siguiente bajaríamos a descansar y, al otro, de una tacada, haríamos la cima. El cuarto día lo reservábamos para un por-si-aca, mal tiempo, problemas, etc. Y un último día para compras e ir al aeropuerto con calma. En total disponíamos de 6 días, de domingo a sábado.

Llegados a la segunda estación de funicular, la salida de la cabina fue un duro golpe. Las nubes nos circundaban a gran velocidad. Los vientos huracanados nos obligaban a gritarnos al oído. La visibilidad era prácticamente nula. Tras dos horas de espera discutimos y votamos, y sale ganadora la intentona de ponernos en la arista de bajada al glaciar e intentar buscar el ref. en la ventisca (cuanto más tiempo pasa más veo que era un error, o una temeridad, o las dos cosas a la vez). Nos vestimos en esa rutina, en ese en tenso silencio característico, que precede a la actividad. Nos calzamos el casco, tomamos aire y, justo cuando salimos de la cueva y nos azota la primera ráfaga de viento, aparece de la nada un grupo de franceses con mirada despavorida. La cara del primero y líder del grupo, alto y de mirada penetrante, estaba totalmente llena de pavor y de hielo. Parecía que habían acabado de ver al Yeti en la ventisca. En un entrecortado inglés, pero con gran claridad y precisión, nos situó con sólo tres ideas:
1. Que, no se ve nada.
2. Que no hay forma de tenerse en pie sobre la arista.
3. Que la cosa va a peor.
4. Que ni conociéndolo, seriamos capaces de encontrar el refugio.

La cordura penetra tercamente, por fin, en todas nuestras cabezas y con resignación decidimos quedarnos en altura, por la estación, subiendo y bajando escaleras para aclimatar un poco, en una estampa patética y desesperada.
Pa’rriba y pa’bajo, escalinata de hierro para sentir los latidos del corazón entre 110 y 140 pulsaciones, y el ulular del viento en nuestras orejas y pa’bajo. Cruzamos el puente varias veces. Nos asomamos a la línea que va a la Punta Helbroner (Ita.) y volvemos y pa’rriba y pa’bajo, hasta que … Díos!!!!!! Un fogonazo nos hace agacharnos en mitad de uno de los cruces sobre el puente. Nos mirarnos desencajados sin entender nada. Inmediatamente un ruido ensordecedor nos resuelve el acertijo: Un rayo. La tormenta era ahora muy violenta y tenemos que abandonar el “plan” para refugiarnos en una esquina del bar.

Y, como todo es susceptible de empeorar, en mitad de nuestro momento de autocompasión se anuncia por megafonía que la cosa está muy mal y que inmediatamente hay que evacuar la estación. Así que sin aun asimilar los acontecimientos, en menos 30min estamos caminando por Chamonix en lo que ahora es un día de lluvia, viento y tristeza y que, y es lo peor, tendrá continuidad en la mañana del día siguiente.
Supongo que es una suerte tener tiempo para conocerse todas tiendas, probarse muchas de las botas y chaquetas, visitar una y otra vez los bares y morir un poco de ansiedad viendo como caía un paquete que tapaba todo el glaciar y al que tendríamos que dejar un día para que se asentara.


Amanecemos tarde en un nuevo día soleado. ¡Muy competo!, con su nube lenticular sobre la cima y todo. ¡Como Dios manda!.
Nosotros, pertrechados con toda la ilusión que Miguel se llevó desde España, salimos de nuevo pa’rriba tras reservar con trabajo una noche en Cósmicos (malditos guías!!!). **

Esta vez el sol nos espera a la salida de la cabina. La tormenta había tapizado todo de un blanco inmaculado y, como nos temíamos, había tapado todas las vías. Aproximándonos a la estación superior que es el Aiguille de Midi, a 3800 m, nos quedamos atónitos al ver la arista que hasta ese momento solo habíamos visto en foto. Joder, 3000m y bajas a Chamonix.
Entre japoneses salimos de la cabina buscando el túnel que da la salida a la arista de bajada al glaciar. Ya conocíamos el terreno y fuimos a tiro hecho. Logramos hacernos fuertes frente a la corriente nipona para ponernos (otra vez en callada tensión) nuestros útiles montañeros. Miguel es el primero que termina de acicalarse y se pone a jugar con los piolets. Javi y yo seguimos luchando con el arnés cuando, desorbitado Miguel se nos acerca y dice “no os lo vais a creer la tontería que …” este es el famoso incidentes que comenté en líneas anteriores (en la Brenva). La verdad es que pudo ser muy grave. Acto seguido juramos no contárselo nunca a nadie.




Bueno, tras hacer como que estábamos tranquilos nos juntamos para animarnos y salimos de la cueva de nieve a la arista, a escasos 4m. Estamos en una concurrida y pequeña terraza con barandillas que goza de unas vistas excepcionales. De la esquina más alejada parte la arista. Nos acercamos. Esperamos por el tráfico. Sentimos que los turistas nos miran, nos hacen fotos como si fuésemos alguien. ¡Estos japoneses! (japoneses y no japoneses, eso es un circo). Sentimos los latidos en el pecho, en el cuello, en la sien contra el casco. Respiramos. Y vamos!!! Pasamos la valla y comenzamos el ejercicio de funambulismo.



Joder, la nieve está suelta. A cada paso los crampones tardan en acomodarse unos centímetros. A penas hay sitio para los dos pies. “Cuidado con los crampones, no te pises”. “¿Qué tal vas?“, ”Cuidado con los crampones, no te enganches”. Joder, a la izq. Chamonix está abajo. A la derecha hay una tranquilizadora caída de 600m, que llegado el caso es mejor, o es algo menos que 3000m. Poco a poco. La lengua como un trapo. Javi va delante y sale rápido de la zona vertical y estrecha, a Miguel le cuesta un poco más: “No hay prisa”. Aunque noto alguien detrás. A lo mío, que es cierto que no hay prisa. A los 15m miro para atrás y me doy cuenta de que estoy solo, y de que la “presencia” que había notado era un “japo” que me había seguido para hacerme una foto. Joder, los hay que no saben lo que hacen.




Seguimos y nos topamos con la primera dificultad: un cruce. Por suerte el protocolo es que se aparta el que sube.
La arista gira a izq. y se hace menos pendiente. Quizás un poco más fácil. Luego a derechas y ya ensancha definitivamente. Y justo donde estaba un guía enseñando a unos japos a ponerse los crampones, nosotros nos encordamos y giramos a la derecha para, pasando bajo las imponentes agujas graníticas de la Aiguille de Midi, dirigirnos a Cósmicos, a donde llegaremos en menos de 30min (rimayas junto a las paredes de granito y en la subida al ref.)
Junto con los de Eslovenia, en este refugio es uno de esos sitios en donde me he dado cuenta de que es posible tener lujo en el monte. Pedazo de hotel con menú de tres platos y todo. Pero a precio de hotel, claro!!!

Dejando las cosas y sin casi parar miramos al inmaculado Tacul y, sabiendo que no era lo más recomendable por ser muy tarde, decidimos darnos una vuelta de reconocimiento. Las vías están borradas, los puentes tapados, la nieve asentándose. Vamos, todo lo mejor. Pero es que incluso yo, que era el “frío” estaba que no me aguantaba sin quemar alguna caloría.


Llegados a la pared nos damos cuenta de que la progresión es muy costosa, con la nieve por encima de las rodillas. Pero lo estamos pasando muy bien. Ganamos altura con esfuerzo, siguiendo un camino que nos alejaba lo más posible de los “hitos” significativos que eran el serrac colgado de la izq. (tiene tendencia a caerse sobre los grupos que regresan tarde) y las grietas de la derecha. Ya teníamos bastante con las de la zona central.




Subimos, giramos en un pequeño serrac, y seguimos, una grieta se anuncia entre la nieve, la esquivamos y subimos. Qué bonito es todo. Qué bien va todo. Hasta que un pi-pi-pi-pi nos informa de una bajada súbita de presión. Con nervios miramos a nuestro alrededor y vemos que se empiezan a formar núcleos verticales en el valle. Acordamos estar muy atentos a la presión pero seguir un poco más.
Cincuenta trabajosos metros de ascensión más adelante, la bajada de presión es otra vez significativa y decidimos salir por pies en el preciso instante en el que una nube tapa a Javi que en aquel momento era el primero de cordada (lo acordamos así por razones de peso). Cuando llegamos a pie de vía la niebla era ya puré de guisantes, dándonos tiempo justo para llegar al refugio, que vislumbramos entre jirones de nubes cuando estábamos a escasos 50m.




Fue toda una imprudencia, pero a la mañana siguiente se podía ver un tercio del Tacul abierto por la vía que días más tarde usaríamos para hacer cima.
Esa noche cenamos y casi dormimos descubriendo en nuestras carnes que en altura se duerme muy mal, se asimila mal la comida y se mea mucho.


El día siguiente fue muy importante, y puede que peligroso. Me desperté con malestar general, carraspera, pérdida de voz y dolor de cabeza. Tras consultar con un guía este nos recomendó salir de las paredes –creo que nos estuvieron viendo por la pared y estaban asustados-. Así, ahora nuestro plan era ir hasta la punta Helbronner (Ita.) atravesando el glaciar del Gigante (actividad que recomiendo encarecidamente) en un recorrido con tendencia descendente. Desde el principio sentí que me faltaban fuerzas. No podía andar. No me apetecía nada. Lo pasaba mal. El paisaje era como para sentir el síndrome de Stendhal, y muy entretenido al tener que sortear las distintas grietas. Pero yo no estaba ni a gusto.









Conforme nos acercábamos y bajábamos a Italia (200m menos) me fui encontrando mejor. El dolor de cabeza remitió, la carraspera desapareció, la fuerza retornó a mis músculos, etc. Esperando las cabinas para volver a Francia mi cara volvió a ser sonriente, y por la noche, en el valle, estaba eufórico. Ya en casa, leyendo dias más tarde supe que esos eran todos síntomas de un problema de “mal de altura”.


Tras una mañana de descanso descubrimos en la Casa de la Montaña que el temporal de la pasada noche había metido mucha nieve en las vías. Se desaconsejaba subir, igual que el día que tuvimos irnos a Helbronner. Así fuimos presa de la desesperación. Aunque el glaciar estaba muy agrietado por debajo de los 3800m, aparecían planes para temerarias rutas por Grand Mulets y el Gran Plateau. Opciones por Gouter (petao de gente desde hacía 3 meses). E incluso la idea de subir directamente por el glaciar de Bossons. Comenzaban a aparecer tensiones y disensiones. Durante todo un día Chamonix fue una jaula.
Al final vimos que no era posible otra cosa distinta que resignarnos, y cambiar de plan. Subiriamos adar una vuelta por el Mere Blanche.
Así que, pa’rriba, a las cabinas. Ya arriba y tras enfrentarnos a los conocidos peligros descubrimos que, ni la arista ha dejado de impresionar, ni los japoneses de agobiar. Pero ya pasábamos un poco de todo. Además, metidos en faena nos lo pasamos muy bien por la arista de Midi. Nos metemos en grietas, trepamos agujas de hielo y hasta nos caemos en una grieta. Muy completo.







Al final nos dirigimos al ref. de Cósmicos a tomar cervezas y disfrutar de nuestro último día en Chamonix, cuando desde la terraza del ref. miramos al Tacul y vemos una zigzagueante línea que sube y supera su hombro. Tras consultarlo nos confirman que la vía está abierta. Nos miramos ilusionados y nos entendemos. Entendemos que la montaña nos da una opción.





** Había sitio en Cósmicos porque las condiciones de la nieve eran de alto peligro para intentar cualquier ascensión.


(continuará)

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